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martes, 28 de marzo de 2023

Amor paternal


EL ORIENTAL

PERIODICO LITERARIO, MERCANTIL, ECONOMICO Y DE NOTICIAS
HOLGUIN 14 de enero de 1863
Año 1. No. 48



Un padre basta para cien hijos…
Cien hijos no son bastantes para un padre…    

Verdad amarga, pero confirmada por la historia de todos los siglos desde Noé, cuyos derechos paternales no dudamos en hollar sus hijos, haciendo recaer el escarnio y la burla sobre la persona sagrada de su progenitor, hasta nuestros días de escepticismo y materialidad en que vemos con horror un hijo litigando con su padre en lucha judicial o tal vez atentando contra su existencia entre las sombras del misterio y los horrores de la intriga…

El cuadro es horrible, la impresión que produce es repugnante; pero no por eso dejan el uno y la otra de ser menos ciertos, encerrando en el fondo una de esas verdades que aterran el ánimo y sobrecogen el corazón, verdades impías, llenas  de oprobio para la humanidad y cuya vergonzosa existencia ni puede negarse, ni puede eludirse, porque consta su huella en el padrón de todos los tiempos y porque además tiene el triste privilegio de una tradición que a pesar de ir envuelta en el manto del crimen y del escándalo, se extiende, se propaga y se difunde… 

El austero legislador de Esparta, Licurgo, a pesar de la severísima inflexibilidad de su genio, no consigna en el código de leyes para su patria, pena alguna para el parricidio, porque no concibe tal crimen, porque no comprende que tal monstruosidad pueda realizarse… y sin embargo, en aquella república heroica, que todo lo sacrificaba a la patria, vemos a las madres infundiendo a sus hijos el desprecio de la muerte si esta había de redundar en pro de aquella.

Nerón siendo un príncipe en el vientre de su madre y D. Pedro I de Castilla, infiriendo igualmente tan horrendo desacato a la que le dio el ser, son dos pruebas de la filial ingratitud con que vieron pagados sus solicitudes y cuidados paternales. Augusto y D. Alfonso, y sin embargo, este último hecho ocurrido en España, no oscurece ni por un momento la fama inmortal del Gran Alonso de Guzmán, porque este al tratar de sacrificar a su hijo en Tarifa, lo ofrecía como prende de su honor en holocausto a su patria y a su religión, al paso que el primero, lejos de tener disculpa, parece que se complacía al desnaturalizarse.

Pero dejemos la historia y busquemos nuevas pruebas de la verdad del epígrafe en el libro de nuestras debilidades actuales, en lo que pasa hoy, en lo que todos presenciamos.

Un padre, modelo de amor y de abnegación para su familia, sacrifica sus intereses, sus comodidades, su posición y hasta su salud en trabajos continuos e ingratos, para dar un porvenir a sus hijos, legándole, además, un nombre puro y un pasado lleno de honradez y virtud… y esos hijo, cuya dicha ellos mismos no comprenden, derrochan en vicios el trabajo de su padre, no hacen fructíferos los esfuerzos paternales sellados con las lágrimas y las privaciones de su familia entera y lejos de poder corresponder algún día, devolviendo el bien que generosamente le hicieran, se olvidan no solo de los que dándole el ser procuraron cultivar su inteligencia, abriéndoles el paso a los destinos sociales, sino que abandonan su propia estimación, su dignidad personal hasta el punto de revolcar en el lodo del vicio y hasta del crimen, la pureza de su apellido y los catorce o veinte años de ímprobos esfuerzos, hechos generosamente para su bien y engrandecimiento…

Un padre, emblema de desinterés y amor, no reconoce límites en sus afecciones para sus hijos, pues nada hay bueno que él no desee ni trate de adquirirlo para aquellos: es generoso, es desprendido hasta la abnegación, no solo de sacrificios pecuniarios, sino que en su exceso de ternura no vacila en caminar por una senda llena de penalidades y amarguras, si ha de recoger como fruto de su heroísmo paternal, la carrera de su hijo…   

Representante natural de Dios y de la ley es un padre en medio de su naciente familia y como el primero es bueno, es tierno, es amoroso y como la segunda prefiere siempre evitar a castigar, nada más tierno, más sublime, más heroico que el cariño de una madre, que de niño nos alimenta con su sangre, nos vivifica con su sonrisa y nos acompaña con sus lágrimas en la hora terrible del dolor… Y si esto es así, si los padres llena  en el mundo su misión con tanto desinterés como abnegación, si a pesar de sus esfuerzos solo obtienen por premio libar la copa de la amargura, presentada por la mano de sus propios hijos, ¿no debemos convenir que nada hay en el mundo que sobrepuje el amor paternal y que justifique por consiguiente el dicho de que cien hijos no bastan para un padre.

En todo lo dicho no nos referimos a los padres cómodos, a aquellos padres egoístas que fueron buenos para aprovecharse de los sacrificios que sus padres se impusieron para abrirles un porvenir y que a su vez no se creen en el sagrado deber de hacer lo mismo con sus hijos, prefiriendo su comodidad y mal entendido interés personal, a desprenderse de algunos pesos en pro de la educación (varias líneas deterioradas) le echan en cara su indolencia y egoísmo… y el que por el afán y vigilancia de su padre llegó a tener una regular posición militar, médico, empleado, &, (deteriorado) que gana lo suficiente para educar a su hijo, prefieren verlo vagar y con el campo abierto al extravío y (deteriorado) al crimen. Esos padres no son tales en el genuino sentido de la expresión, son solamente fomentadores de la especie humana, hombres que no tiene presente más que el multiplícate.

Pero esos padrastros de sus hijos son la excepción de la regla, pues que en la inmensa mayoría supera el sentimiento paternal todas las dificultades que se opongan a la felicidad de sus hijos, sin retroceder ante sacrificios de ningún género. Un adre, por numerosa que sea su prole, para todos tiene igualmente un tesoro de amorosa ternura, entre todos reparte, equitativamente, sus dones, acompaña a sus hijos en la desgracia y se gloria con ellos en sus triunfos, asimilándose en todo a la suerte de aquellos: pero es tiempo ya de soltar la pluma, por más que infatigable quiera lanzarse en el vasto campo que le ofrece el presente asunto, en la seguridad de que si no ha aducido prueba bastantes para evidenciar la superioridad del amor paternal, no tiene más que remitirse al juicio de todos los hombres y al dicho de todos los tiempos, a saber, que un padre basta para cien hijos y cien hijos no bastan para un padre.   

                                                                                                 SANTA-LUZ

Laboriosidad Vs Vagancia

 

EL ORIENTAL

PERIODICO LITERARIO, MERCANTIL, ECONOMICO Y DE NOTICIAS
HOLGUIN 14 de enero de 1863
Año 1. No. 48


La economía política ha revelado al mundo importantísimas verdades que es un crimen que los hombres no las estudien y mucho más, que las olviden.

El valor del tiempo es más que el valor del oro, Dios adorado de muchos y que hace la desgracia de miles por la felicidad de unos cuantos. Cada hora representa un capital y según el modo que de ella se haga uso, así será el resultado que ofrezca.

Imposible es que los placeres por donde quiera ofrecen las sociedades constituidas, puedan disfrutarse, si no empleamos la mayoría del tiempo en el trabajo inagotable fuente de la riqueza pública y el único que se pone frente a frente de lo que se llama una fortuna adversa; porque con el trabajo no es posible que, cuando menos le falte al hombre lo más indispensable para la vida.

El hombre que no trabaja, el que todo lo mira por el prisma del descanso, es una carga de la sociedad y es mirado por todos como uno de esos animales venenosos que llevan preparada la ponzoña para herir lo que encuentran en el camino: se teme su presencia porque sin trabajar no se puede subsistir a menos que no apele constantemente a la amistad o que se lance, quizás sin preverlo, en el odioso sendero del crimen que paso a paso conduce a la infamia y que tiene por termino el presidio o el cadalso.

Algunos hay que envidian la vida del holgazán, y aun blasfeman diciendo que es el único que ha comprendido lo que es la vida y sabe aprovecharla disfrutando de sus placeres, sin sentir sus cargas; pero este es un funesto error que solo se comprende cuando se ve al holgazán llegar por sus pasos contados a ser considerado como una lepra de la sociedad, a quien todos temen, o al verle llevar el ignominioso traje del presidiario a que la ley lo condena para arrancarlo del crimen y traerlo de nuevo al sendero de virtud: si esto sucede, lo que es bastante raro; ¿con qué indemniza este hombre el tiempo perdido en la holganza y en la condena que ha sufrido? Con nada, y si entonces lee y estudia la economía política y comprende que cada hora que ha perdido es una parte del capital que debía hacer más tranquilos los días de su ancianidad, entonces pasa por su mente un pensamiento grande, moralizador, su conciencia le dice todo el mal que se ha hecho; pero ya es tarde: la juventud y su fuerza es un capital que el Omnipotente le concede al hombre; perdido este no hay dinero en el mundo con qué recuperarlo.

He aquí el poderoso motivo por qué todas las naciones cultas reprueban el comportamiento de los hombres ociosos y castigan la vagancia como un casi delito, porque es la puerta por donde generalmente se entra al sendero del crimen.

Desde la creación del mundo, Dios condenó al hombre al trabajo, y de generación en generación ha venido pasando esta ley que todos aceptan, porque sin el trabajo el hombre no es más que una carga de sus semejantes, que jamás podrá apreciar ni el valor ni el tiempo, ni los placeres que proporciona la recompensa que tiene la industria por pequeña que esta sea.

Antiguamente la industria se reputaba como vil y solo estaba destinada a los esclavos o personas de oscuro nacimiento; pero llegó un día en que la economía política demostró sus ventajas, y entonces fue aceptada, estimada y reverenciada por todos, declarando todas las naciones cultas que el trabajo ennoblecía y que la industria debía ser considerada como un gran beneficio para los pueblos: entonces principió el progreso de las artes y se vieron formarse capitales, solo debidos a la constancia en la industria a quien tanto debe el mundo.

En fin, llegó una época memorable en la historia en que para lograr un puesto distinguido en la sociedad era preciso no perder una hora, y es que ellos comprendían ese principio que hoy figura en primer término en algunas sociedades: ¡El tiempo es dinero!

Entre nosotros, hasta ahora pocos años, no era seguido con rigor este principio más que por algunos, pero hoy ya nos causa lástima ver que multitud de jóvenes de buena capacidad prefiriesen las diversiones al estudio, la holgazanería al trabajo, el quietismo a esa vida de movimiento que constituye la vida, y la miseria en lugar de la abundancia y los goces que proporciona una fortuna adquirida por el trabajo.

Hay afortunadamente (deteriorado) ya muy pocos los que prefieren la vida del holgazán a la del hombre laborioso, peor todavía no se sabe en la generalidad el valor del tiempo, tan notable que nos hace palpable que los años son un verdadero capital, y que todo el que sepa aprovecharlos podrá ser rico o cuando menos no sentir la miseria.

Si lo que importa en las sociedades bien organizadas es trabajar, trabajemos, y si no son suficientes nuestros ramos de industria, busquemos medios para ampliarlos, que no faltan y tiene la isla de Cuba millares de ellas que están por explotar y que pueden enriquecer a muchos, industrias de las cuales se ha ocupado nuestra pluma en este periódico y en otros de la capital y las que volveremos a tomar por tema para ver si hay quien las explote, que es lo más importante de nuestra misión para con el público; pero antes que todo, estudiad la economía política que ella nos probará con buenos argumentos que cada hora de la vida es una parte del capital que debe formar el hombre para esperar, tranquilo, la ancianidad en que le falten las fuerzas y en que no teniendo medios de subsistencia, somos una carga que solo es dulce para los buenos hijos, pero de cuya posición se debe huir aprovechando la fuerza de la juventud.

lunes, 8 de agosto de 2016

Lo que debe hacer el nuevo Gobierno de Cuba



Uno de los actos que debe realizar el nuevo Gobierno tan pronto se constituya la República de Cuba es, a nuestro juicio, conceder indulto general a todos los que por cualquier causa se encuentren sufriendo condena en los establecimientos penales de la nación, teniendo en cuenta siempre la proporción que se debe guardar según el delito que hubieran cometido (…)

Así mismo veríamos con gusto que se votara un crédito extraordinario para repatriación de todos los cubanos que lo deseen y que se encuentren en el extranjero, faltos de recursos (…)

El Eco de Holguín. Miércoles, 22.03.1902

lunes, 1 de agosto de 2016

Trabajo para la mujer



Hay que convenir en que la necesidad exige y la moral impone que los habitantes de este país vayamos pensando en la manera de dar trabajo a la mujer, hoy ocupada tan solo en quehaceres domésticos. Decimos trabajo honrado y provechoso en los talleres, en los comercios, donde quiera que ese ángel del hogar pueda emplearse y ganar la subsistencia, así para ella como para sus padres o para sus hijos. ¡Cuántas escenas tristes estamos presenciando un día y otro día! La mayor parte de ellas tienen por origen la miseria, el hambre pavorosa que invade los hogares y convulsiona los cerebros menos resistentes. Todo esto se evitaría dándole trabajo a la mujer, primeramente porque ganando lo suficiente para vivir sería difícil que se lanzara al inmundo lodazal del vicio. Y segundo, porque ocupadas en los trabajos de taller nadie vendría a molestarlas…

No hace mucho que nuestro amigo y compañero el señor Pedro Agustín Cárdenas, director de La realidad de Gibara, nos hablaba y nos daba a conocer las ventajas que reportaría a nuestros pueblos la implantación de talleres de tejido del rico yarey de nuestras sabanas, para darle ocupación a tantas, santísimas señoras, señoritas y niñas pobres que desean encontrar trabajo.

Hace algunos años que nuestro querido amigo el señor Manuel da Silva inició en estas jurisdicciones las provechosas escogidas de tabaco, donde tantas señoras libraban la sustancia de sus hijos, ¿por qué abandonar la senda que nos trazó ese benefactor a que tanto debe el progreso de Gibara y su Jurisdicción, pues que el señor Silva en todos los tiempos ha dado trabajo a centenares de familias?

El Eco de Holguín, 29.09.1900