EL ORIENTAL
PERIODICO LITERARIO, MERCANTIL, ECONOMICO Y DE NOTICIAS
HOLGUIN 23 de enero de 1863
Año 1. No. 54
ESGRIMA
El uso de la espada es tan antiguo que no se puede señalar la época de su origen, solo se sabe que los pueblos se servían de esta arma mucho tiempo antes de la fundación de las monarquías.
Han sido diferentes, para las diferentes especies de combate, las armas que las disensiones particulares y las guerras de las naciones han hecho introducir y usar; pero la espada, habiendo sido reconocida por la más segura para el ataque y la defensa, ha sido también la preferida.
Se cree haber sido los Atenienses los primeros que establecieron reglas para el juego de puntas; cuyas reglas fueron después perfeccionadas por los Romanos. Esta nación que se preciaba de no ignorar nada de cuanto podía conducirla a la victoria, tenía en su capital, tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra, un gran número de maestros de esgrima para la instrucción de su juventud. Un joven no merecía el concepto de sus conciudadanos sino en cuanto las artes de ejercicio y de destreza le habían puesto en disposición de servir a su patria, siempre el caso lo exigiese. Había llegado a tanto en aquella capital del mundo el gusto por la esgrima, que en los frecuentes asaltos que se daban en el circo se preciaban de distinguirse hasta las señoras, entre las cuales se veía a las ilustres hijas de los Lépidos, de los Metelos, de los Fabios, &.
UTILIDADES DE LA ESCRIMA
La esgrima es un ejercicio noble que nos pone en disposición de ser útiles a nuestra patria en la guerra y a nosotros mismos en todo tiempo, haciéndonos adquirir, por medio de principios ciertos y demostrado físicamente con una exactitud consagrada por la experiencia, la agilidad y destreza necesarias para librarnos de los golpes que podrían herirnos o matarnos, y responder a ellos con ventaja. Con esto se adquiere serenidad frente al enemigo, pues la certidumbre de nuestra destreza hace nacer en nuestro corazón una confianza que el valor por sí solo no podría producir. La intrepidez no basta contra la intrepidez, porque no desprecio del peligro, sino la destreza en el ejercicio de las armas es la que hace triunfar.
Todas las artes de ejercicio tienen cada una, utilidad señalada y concurren a formar la educación. La equitación, por ejemplo, este arte útil a todos, aunque más particularmente a los militares, conserva la salud y hace una parte integrante de la instrucción de los jóvenes destinados a ceñir la espada. La danza tiene el particular mérito de disponer el cuerpo a una hermosa configuración, de arreglar sus movimientos, de hacerlos agradables y de enseñar a presentarse y a saludar con gracias.
Pero ninguna hay entre las mismas artes de la cual pueda sacar más fruto que de la esgrima. Solo ella contribuye seguramente más a formar la complexión, el temperamento y aún, la educación de un joven, que juntas todas las demás que se le puedan hacer ejercitar. En efecto, la esgrima no solo desenvuelve en muy poco tiempo las fuerzas y la agilidad de un joven, le afirma sobre sus piernas, da vigor a sus actuaciones, dignidad a su porte y soltura, exactitud y gracia a todos los movimientos; sino que reprime, además, su temeridad, modera su carácter y anima su confianza, le escucha a vencerse a sí mismo para vencer a los otros; en fin, le hace al par que valiente, cortés, atento y circunspecto.
A más de estas ventajas, produce todavía otra, que es la más preciosa de todas, a saber, la conservación de la salud. Muy raras veces se ve alterada esta en quien practica la esgrima con moderación y proporcionadamente a sus fuerzas.
Tan importantes efectos como produce la esgrima, deberían aficionar a este arte a todo el mundo; pero son varias las causas que lo estorban.
En primer lugar, el gusto de los placeres arrastra de tal modo a la juventud, que la vemos desdeñarse de adquirir la habilidad en un ejercicio que hacía otro tiempo las delicias de los hombres más distinguidos. En Francia se ve aun a hombres de 50 y de 60 años repetir, de tiempo en tiempo y por espacio de meses enteros, el ejercicio de la esgrima con preferencia a cualquier otro.
En segundo lugar, hay contra la esgrima una prevención que, aunque absolutamente infundada, es por desgracia demasiado general. Hay hombres que dudan sea necesario el arte de defenderse y de vencer. Hinchado con la vana opinión de sí mismo, llegan al extremo de sostener que los que aprenden a tirar no son valientes, pues que no se fundan sino en su orgullosa habilidad; que la ciencia de la esgrima no da el valor, que bien mirada la cosa, uno puede ser uno hombre de espíritu sin haber aprendido a tirar, que este es el motivo porque es vario o inconstante el éxito de las armas, y que hombres particulares que habían tocado florete, han vencido a tiradores diestros. En estas vulgares opiniones hay sin suda, verdades, ¿pero son estas bien entendidas? Y, sobre todo, ¿deben entenderse con tanta generalidad como se hace comúnmente?
Todo el mundo sabe que la ciencia no da el valor cuando este no se halla ya en nosotros, pero a lo menos nos da agilidad y destreza, y estas sostienen, realzan e inflaman la intrepidez natural. Aun cuando el ejercicio de las armas no fue tan útil como es para la defensa de la vida, cuando no hiciese más que desenvolver los miembros, formar la constitución física de un joven, fortalecer su temperamento, suavizar su carácter y templar la impetuosidad de la juventud; cuando por fin no sirviese más que para mantener la agilidad, la viveza, la fuerza, la salud, retardar la vejez, ¿no prestaría ya servicios bastantes importantes para no ser despreciado de los que quieran perfeccionar su educación? Nadie conoce sus fuerzas antes de haberlas ejercitado, ni puede conocer lo que vele sino cuando ha de poner a prueba su valor.
La fuerza de músculos y la agilidad que solo son esfuerzos de un ejercicio destinado de reglas yd e principios, sirven de poca cosa, aun cuando vayan acompañados de valor. El hombre que no posee más cualidades que esta, ignora qué es lo que debe hacer o evitar en el ataque y la defensa para dar estocadas al enemigo y eludir las suyas; se arroja temerariamente y sin orden, se abandona al acaso y se fatiga sin necesidad, se fía en su vigor que bien pronto le viene a ser funesto, tira con demasiada frecuencia o tira en vano, de cuyos dos casos, en el primero lejos de economizar sus fuerzas las agota sin provecho y, en el segundo, lejos de tomar medidas prudentes lo arriesga todo confiando su vida a su fiera ignorancia.
Es verdad que hombres muy diestros han sido vencidos por otros de ninguna
(No concluye)
(Solo se conserva una página de este número)
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