EL ORIENTAL
PERIODICO LITERARIO, MERCANTIL, ECONOMICO Y DE NOTICIAS
HOLGUIN 7 de noviembre de 1862.
Viernes, San Florencio obispo.
Año 1. No. 19
Terrenos comuneros.
(Continuación)
IV.
En el juzgado de esta Cabecera se hallan incoados varios expedientes de deslinde y división, y el que menos cuenta tres o cuatro años de inicio, tiempo sobradísimo para su conclusión en las dos fases del juicio. La mayor parte, si no todos, se paralizan después que en concurrencia general nombran los condueños sus síndicos y árbitros, y es raro el que hoy puede presentar terminando el apeo, observándose que s en alguno se ha conseguido, es después de haber transcurrido siete o más años. No faltará quien crea, dado el punto de paralización, que los síndicos, representantes de las comunidades, son la causa de la demora que se advierte. En cierto modo mi pensamiento está de acuerdo con esa creencia, máxime si el síndico reúne a su investidura las condiciones del rico condueño a que antes me he referido, como una de las bases esenciales de proposición; más, no dejo de comprender que en muchos casos no debemos buscar en el síndico el mal, sino en circunstancias peculiarísimas de los habitantes de esta jurisdicción, a cuya influencia no pueden aquellos funcionarios menos de someterse, mientras se siga la senda trillada hasta el presente.
El interés monopolizador de unos pocos, la ignorancia y aún más la apatía de muchos, he aquí los fundamentos sustanciales que se oponen al deslinde y división de las haciendas. Oyese con frecuencia decir a algunos condueños que a pesar de los disgustos y vejaciones que trae consigo el estado de comunidad, quieren continuar el mismo modo mientras vivan, supuesto que, si de otra manera pensaran y pretendiesen ejecutar su voluntad, no faltarían medios a D. Fulano o D. Zutano, sus vecinos, para oponerse, haciéndoles perder en la cuestión su mísera fortuna. Es decir, que tienen la convicción del beneficio que les resultaría, pero, en cambio, abundan también en el convencimiento de que serán sofocadas sus justas aspiraciones. Estos hombres no tienen, pues, fe en los tribunales de justicia, y son más perjudiciales que los mismos que francamente se han propuesto por su interés particular, que no llegue jamás el día de la división de los predios comunes, contaminan con su ejemplo, y puede comparársele a aquellos menguados de espíritu que exclaman, yo vivo y he vivido como mis padres y abuelos, sin saber leer ni escribir; lo mismo pueden vivir mis hijos. No piensan más que en la conservación individual, porque sin duda en ellos no existe ese divino don innato en los seres racionales, de aspirar cada día a mejor posición. Afortunadamente, como ya dejo indicado en párrafos anteriores, la instrucción va progresando, y pronto desaparecerán eso parias de la humanidad relegados al desprecio público. Con pequeño esfuerzo pudieran beber la cristalina agua de la fuente, pero como esto exige movimiento, actividad, prefieren continuar bebiendo la que a su alcance está, aunque sea corrompida. La inamovilidad en sus hábitos es su norma. Morir como vivieron.
En esa apatía, que no se cuidan de ocultar, fundan su fuerza todos los que, teniendo cautivado más terreno del que proporcionalmente les corresponde según su posesión, se verían obligados a soltarlo llegada la época del deslinde y división. Ellos contribuyen a desvirtuar la convicción del beneficio con los temores que infunden en los ánimos apocados presentándoles siempre el fantasma de su poderosa influencia. Si alguna vez resuena, pronto es sofocada, y tímidos se retiran, no convictos, sí avergonzados de su impotencia, cuando existe en su interior una fuerza impulsiva que les dice adelante; pero desgraciadamente el temor, que se les ha inspirado, destruye o por lo menos contiene los efectos de aquella. Seguros los condueños acaudalados, que detentan más terreno del que les cabe, de la inercia de aquellos, están directamente interesados en sostener un estado de cosas que les proporciona riquezas e influencia, dones inestimables que disminuirían con la mutación aquel en otro más equitativo y justo. Sin embargo, en circunstancias dadas se les oye clamar por la división, aunque pocos creen en su sinceridad, toda vez que sus obras están en abierta contradicción con sus pomposas frases que solo pueden producir efecto en los que miran superficialmente las cosas, o que ignoran cuan contraria es a sus intereses medida tan benéfica. Puede decirse que son frases de ciudad, que en los campos se repiten por inconvenientes.
(Continuará)
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