EL ORIENTAL
PERIODICO LITERARIO, MERCANTIL, ECONOMICO Y DE NOTICIAS
HOLGUIN 14 de enero de 1863
Año 1. No. 48
Un padre basta para cien hijos…
Cien hijos no son bastantes para un padre…
Verdad amarga, pero confirmada por la historia de todos los siglos desde Noé, cuyos derechos paternales no dudamos en hollar sus hijos, haciendo recaer el escarnio y la burla sobre la persona sagrada de su progenitor, hasta nuestros días de escepticismo y materialidad en que vemos con horror un hijo litigando con su padre en lucha judicial o tal vez atentando contra su existencia entre las sombras del misterio y los horrores de la intriga…
El cuadro es horrible, la impresión que produce es repugnante; pero no por eso dejan el uno y la otra de ser menos ciertos, encerrando en el fondo una de esas verdades que aterran el ánimo y sobrecogen el corazón, verdades impías, llenas de oprobio para la humanidad y cuya vergonzosa existencia ni puede negarse, ni puede eludirse, porque consta su huella en el padrón de todos los tiempos y porque además tiene el triste privilegio de una tradición que a pesar de ir envuelta en el manto del crimen y del escándalo, se extiende, se propaga y se difunde…
El austero legislador de Esparta, Licurgo, a pesar de la severísima inflexibilidad de su genio, no consigna en el código de leyes para su patria, pena alguna para el parricidio, porque no concibe tal crimen, porque no comprende que tal monstruosidad pueda realizarse… y sin embargo, en aquella república heroica, que todo lo sacrificaba a la patria, vemos a las madres infundiendo a sus hijos el desprecio de la muerte si esta había de redundar en pro de aquella.
Nerón siendo un príncipe en el vientre de su madre y D. Pedro I de Castilla, infiriendo igualmente tan horrendo desacato a la que le dio el ser, son dos pruebas de la filial ingratitud con que vieron pagados sus solicitudes y cuidados paternales. Augusto y D. Alfonso, y sin embargo, este último hecho ocurrido en España, no oscurece ni por un momento la fama inmortal del Gran Alonso de Guzmán, porque este al tratar de sacrificar a su hijo en Tarifa, lo ofrecía como prende de su honor en holocausto a su patria y a su religión, al paso que el primero, lejos de tener disculpa, parece que se complacía al desnaturalizarse.
Pero dejemos la historia y busquemos nuevas pruebas de la verdad del epígrafe en el libro de nuestras debilidades actuales, en lo que pasa hoy, en lo que todos presenciamos.
Un padre, modelo de amor y de abnegación para su familia, sacrifica sus intereses, sus comodidades, su posición y hasta su salud en trabajos continuos e ingratos, para dar un porvenir a sus hijos, legándole, además, un nombre puro y un pasado lleno de honradez y virtud… y esos hijo, cuya dicha ellos mismos no comprenden, derrochan en vicios el trabajo de su padre, no hacen fructíferos los esfuerzos paternales sellados con las lágrimas y las privaciones de su familia entera y lejos de poder corresponder algún día, devolviendo el bien que generosamente le hicieran, se olvidan no solo de los que dándole el ser procuraron cultivar su inteligencia, abriéndoles el paso a los destinos sociales, sino que abandonan su propia estimación, su dignidad personal hasta el punto de revolcar en el lodo del vicio y hasta del crimen, la pureza de su apellido y los catorce o veinte años de ímprobos esfuerzos, hechos generosamente para su bien y engrandecimiento…
Un padre, emblema de desinterés y amor, no reconoce límites en sus afecciones para sus hijos, pues nada hay bueno que él no desee ni trate de adquirirlo para aquellos: es generoso, es desprendido hasta la abnegación, no solo de sacrificios pecuniarios, sino que en su exceso de ternura no vacila en caminar por una senda llena de penalidades y amarguras, si ha de recoger como fruto de su heroísmo paternal, la carrera de su hijo…
Representante natural de Dios y de la ley es un padre en medio de su naciente familia y como el primero es bueno, es tierno, es amoroso y como la segunda prefiere siempre evitar a castigar, nada más tierno, más sublime, más heroico que el cariño de una madre, que de niño nos alimenta con su sangre, nos vivifica con su sonrisa y nos acompaña con sus lágrimas en la hora terrible del dolor… Y si esto es así, si los padres llena en el mundo su misión con tanto desinterés como abnegación, si a pesar de sus esfuerzos solo obtienen por premio libar la copa de la amargura, presentada por la mano de sus propios hijos, ¿no debemos convenir que nada hay en el mundo que sobrepuje el amor paternal y que justifique por consiguiente el dicho de que cien hijos no bastan para un padre.
En todo lo dicho no nos referimos a los padres cómodos, a aquellos padres egoístas que fueron buenos para aprovecharse de los sacrificios que sus padres se impusieron para abrirles un porvenir y que a su vez no se creen en el sagrado deber de hacer lo mismo con sus hijos, prefiriendo su comodidad y mal entendido interés personal, a desprenderse de algunos pesos en pro de la educación (varias líneas deterioradas) le echan en cara su indolencia y egoísmo… y el que por el afán y vigilancia de su padre llegó a tener una regular posición militar, médico, empleado, &, (deteriorado) que gana lo suficiente para educar a su hijo, prefieren verlo vagar y con el campo abierto al extravío y (deteriorado) al crimen. Esos padres no son tales en el genuino sentido de la expresión, son solamente fomentadores de la especie humana, hombres que no tiene presente más que el multiplícate.
Pero esos padrastros de sus hijos son la excepción de la regla, pues que en la inmensa mayoría supera el sentimiento paternal todas las dificultades que se opongan a la felicidad de sus hijos, sin retroceder ante sacrificios de ningún género. Un adre, por numerosa que sea su prole, para todos tiene igualmente un tesoro de amorosa ternura, entre todos reparte, equitativamente, sus dones, acompaña a sus hijos en la desgracia y se gloria con ellos en sus triunfos, asimilándose en todo a la suerte de aquellos: pero es tiempo ya de soltar la pluma, por más que infatigable quiera lanzarse en el vasto campo que le ofrece el presente asunto, en la seguridad de que si no ha aducido prueba bastantes para evidenciar la superioridad del amor paternal, no tiene más que remitirse al juicio de todos los hombres y al dicho de todos los tiempos, a saber, que un padre basta para cien hijos y cien hijos no bastan para un padre.
SANTA-LUZ
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