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sábado, 1 de abril de 2023

La represión de la vagancia

EL ORIENTAL

PERIODICO LITERARIO, MERCANTIL, ECONOMICO Y DE NOTICIAS
Holguín, 5 de junio de 1863
Año 2º. Núm. 4

La represión de la vagancia es el objeto de continuos desvelos por parte de los gobiernos ilustrados que comprenden que los ciudadanos laboriosos, cuando las leyes no son barrenadas con arbitrariedad, nunca son los que proporcionan conflictos a los tribunales y al gobierno.


Pero no basta el buen deseo ni el espíritu de las leyes para contener los excesos que puedan perjudicar a la sociedad. Después de suponer que los hombres en quienes se hallan depositadas la seguridad y tranquilidad de un país, así como la administración de justicia, son dignos de los altos puestos que ocupan en la sociedad, es decir, que sean ajenos a las sugestiones de la pasión, que no favorezcan a determinadas individualidades, que no sacrifiquen, por último, el santo respeto que las leyes merecen, hay que ayudar a esas autoridades al desempeño de sus funciones, no con el chisme del delator, sino con la voz fuerte y salvadora del patricio que propende a la extirpación de los delitos que minan la tranquilidad social.


La vagancia, no hay que dudarlo, tiene echada entre nosotros profundas raíces, que se alimentan a la sombra del indiferentismo que nos caracteriza y que por lo mismo vegetan vigorosamente amparadas por el temor que domina al declarar. Este temor puede tener más o menos fundamento, sobre lo cual no queremos hacer consideraciones en este momento, pero sí entre nosotros existiera lo que se llama espíritu público, si comprendiéramos los deberes que impone el amor patrio bien entendido, si nos hiciéramos cargo de que disimular los vicios y rozarnos con los viciosos es un pecado social que equivale a convertirnos en cómplices de los crímenes que lamenta la sociedad, otros serían los efectos de las medidas que el Gobierno adopta para reprimir la vagancia.


Uno de los medios que se nos ocurren para extirparla es el que han señalado, tiempo hace, escritores distinguidos no solo en la república literaria, sino en el estudio de la historia de las flaquezas humanas. Tal medio no es otro que el de que los jornaleros se provean de la correspondiente libreta, pero esta no ha de ser una medida local, sino extensiva a todas las jurisdicciones de la isla, porque de otro modo, el hombre siempre inclinado a la libertad y de esta a la licencia, huiría de la jurisdicción en que para colocarse tuviera que presentar referencias, y se establecería en otras en que pudiese ocuparse como lo hacen ahora a su voluntad y capricho. 
Ciertamente inspira compasión el estado de un país favorecido por la naturaleza con sus más estimables dones y con leyes que propenden a cimentar su bienestar, que por efecto de una apatía punible se vea reducido a revolverse entre un aire impuro que con solo buena voluntad bastaría para ser purificado.


La escasez de brazos por una parte, el egoísmo por otra y mucho de la ignorancia, hacen que apenas un trabajador se nos presente pidiendo en qué ocuparse, le abramos nuestro bolsillo, porque es raro el salariero que busca trabajo, a quien no le falten machete, zapatos o ropa, si es del campo; que siendo operario de las poblaciones, siempre tiene la madre, la mujer o la hermana enfermas, ¿y esto para qué? Para pedir dinero adelantado que en manos del pobre se evapora como el humo en la inmensidad de la atmósfera. Así es que los dueños de establecimientos, involuntariamente propenden a fomentar la vagancia, desconociendo los sanos principios de economía, lo cual estaría evitado con la presentación de las libretas que suscribiría el último dueño de la casa en que el operario hubiese trabajado, expresando en ella si le debía o no.


Esta sola medida sería un freno para a trápala y la vagancia, puesto que esta proviene muchas veces de disgusto con que trabajan los que creen que con su sudor no pueden pagar deudas que contrajeron por imprevisión.
Grandes reformas administrativas, según vemos en un periódico de la Capital, al que suponemos bien informado, ha elevado a la suprema consulta del Gobierno de S. M., la autoridad superior de la Isla, tales como la supresión del diezmo y la alcabala, los cuales serán sustituidos por otros tributos menos ocasionados a fraudes y disgustos. Tenemos la satisfacción de anunciarlo así a aquellos de nuestros lectores que no reciben los periódicos de la Capital y de los cuales algunos contribuyentes por el diezmo nos habían pedido ue algo dijésemos sobre el particular.               
                                                             

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