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martes, 11 de abril de 2023

La Electricidad, horribles pormenores de un suceso


EL ORIENTAL

PERIODICO LITERARIO, MERCANTIL, ECONOMICO Y DE NOTICIAS
HOLGUIN, 28 de Agosto de 1863. Viernes.
Año 2do. Núm. 40



Hoy que la electricidad vuelve a ocupar seriamente la atención del mundo del saber sobre la aplicación de este fluido a la vid del hombre, trasladamos a continuación, tomados de un periódico, los siguientes horribles pormenores.

“El día 8 de abril de 1841 ahorcaron en Louisville (Kentuki Sic.) a John White. La sentencia llevaba la cláusula de ejecución entre las seis de la mañana y las tres de la tarde. El sheriff, queriendo evitar la concurrencia que a semejantes actos se agolpa, dispuso que fuese el término más cercano e hizo alzar secretamente la horca, de suerte que el suplicio se ejecutó a las seis y en presencia solamente de los testigos que exige la ley y alguno que otro curioso madrugador. Parece que el lazo corredizo no estaba bien dispuesto y no se rompieron al caer las vértebras del cuello, de modo que tuvo una agonía larga y cruel; sin embargo al cabo de un rato cesaron las convulsiones y poco después no dio más señales de vida.

“El cuerpo permaneció expuesto cerca de media hora y transcurrido este tiempo, un médico, delegado por el tribunal, certificó en forma la defunción. A consecuencia de esta declaración se cortó la cuerda y llevó el cuerpo a una casa inmediata, donde había preparado una pila galvánica de gran potencia para hacer experimentos físicos médicos.

“Apenas comenzó a obrar el fluido eléctrico, cuando se vio agitarse al cadáver con un temblor general y los espectadores retrocedieron espantados, viéndole sentarse repentinamente sobre la mesa donde se hacía el experimento y con una de las manos y el cuello con una opacidad convulsiva, como queriendo arrancar la cuerda que le hiciera daño allí, y que renovando muchas veces sus esfuerzos, se destrozaba aquella parte donde tanto daño parecía tener, hasta que cesó de buscar, como si hubiera conocido que ya no tenía la cuerda.

“La pila galvánica funcionaba siempre y el cadáver se levantó, tendió los brazos, abrió los ojos horrorosamente hinchados de sangre y salió de su boca un ronquido horrible, su pecho tomó aliento y respiró estrepitosamente.

“Los testigos de tan extraña escena parecían mudos de espanto y horror y fijos los ojos en aquel cuerpo que convulsivamente se movía. ¡Dios mío! exclamó uno de los médicos, ¡vive!
    
“El fluido eléctrico seguía obrando con más eficacia. Repentinamente el cadáver de un salto fue a caer en un rincón de la pieza; la violencia del movimiento rompió los hilos metálicos que le ponían en comunicación con la pila galvánica.

“Algún tiempo estuvo sin movimiento en el pecho, aunque sus miembros se agitaban temblorosamente y el cadáver levantaba varias veces el brazo derecho.

“El médico, que consultaba siempre el pulso, de vez en cuando sentía algunas pulsaciones, aunque débiles.

“Un espejo que se colocó debajo de la nariz se empañó ligeramente y volvieron a exclamar: ¡respira!, redoblándose la ansiedad.

“Bien pronto el pulso fue siendo más fuerte y vivo, comenzaron los movimientos respiratorios y abrió los ojos por segunda vez: ¡oh, espectáculo horrible!

“Las pupilas sangrientas daban vuelta con lentitud en las órbitas, que de cuando en cuando se cerraban por una especie de contracción nerviosa.

“Al cabo de cinco minutos la respiración ya era frecuente, y siendo poco a poco precipitada y anhelosa. Un médico se aventuró entonces a dirigirle la palabra, pero no respondió ni dio siquiera señales de haber oído y al pasar la vista en derredor de sí, no la fijaba.

“Le punzaron el pie con un alfiler y la retiró, dando una horrible carcajada y sus movimientos redoblaron de fuerza y rapidez, llevándose las manos al cuello como para dar señales de que padecía mucho; entonces, uno de los de allí se hallaban, le suspendió por debajo de los brazos y el cadáver quedó en pie, dio dos pasos y fue a sentarse en un sillón donde permaneció como si aquel esfuerzo hubiera agotado todas sus fuerzas, dio un gemido lúgubre, sus músculos se tendieron y su respiración cesó.

“Hicieronle aspirar el olor del asta del ciervo quemada, con lo que se volvió a reanimar, pero con todos los síntomas de la embriaguez.

“Quiso hablar, más no pudiendo articular ningún sonido inteligible, sacudió la cabeza en señal de impaciencia.

“Los médicos le examinaron entonces con mayor cuidado y convinieron en que aquellos síntomas no eran producidos ya por las convulsiones galvánicas, sino por la vida misma. Uno de ellos declaró, además, que aquella existencia no se prolongaría más que por algunos minutos, a causa de la congestión cerebral, que hacía progresos rápido.

“Con efecto, así fue y los remedios enérgicos que se hicieron para regularizar la circulación de la sangre, nada consiguieron, no pudiendo así prolongarse aquel regreso a la vida casi milagroso que tan bello triunfo habría proporcionado a la ciencia.

“Las venas de la cabeza se le llenaron poco a poco, sus ojos se convirtieron en dos espantosos tumores de sangre y expiró al cabo de algunos minutos de cruel agonía”.

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