EL ORIENTAL
PERIODICO LITERARIO, MERCANTIL, ECONOMICO Y DE NOTICIAS
HOLGUIN 7 de noviembre de 1862.
Viernes, San Florencio obispo.
Año 1. No. 19
¿Quieres ser periodista? ¿Por qué ese deseo, joven? ¿Por qué no reflexionas sobre lo mismo por qué suspiras? ¿Por qué no meditas unos momentos, por qué no comprendes todas las amarguras, todos los dolores por que el periodista pasa en cambio de ese oropel miserable y mentiroso que le rodea por todas partes? ¿Por qué envidias las sonrisas con que le reciben unos, si debes conocer la mala voluntad que le tienen otros? ¿Por qué aspiras a ese efímero favor que tiene el periodista con las muchachas, si ese favor viene mezclado con una gran dosis de egoísmo, si tú mismo eres acaso hoy más apreciado de ellas como simple particular haciendo tus versos, que con tanto gusto se leen siempre, que lo serías mañana que tuvieras por obligación y como por oficio escribir insulseces repetidísimas, vaciedades que al primero que fastidian es a ti pero que tienes que escribirlas porque el interés del público las pide y el interés de tu periódico te hace inclinar la cabeza para trazarlas?
¿Quieres ser periodista? Bien, pero ya sabes que al serio vas a perder todo lo que hay para ti de espiritual, de delicado, de elegante, de entusiasta como escritor. Te materializarás días por día. Todas tus ilusiones de hoy, todas tus ilusiones, irán cayendo una a una, como en el otoño caen las hojas d los árboles en los países fríos. Será preciso que cojas tu corazón y le oprimas con tus mismas manos y le saques por ti mismo, si no quieres que otros se tomen con tus obras el trabajo de hacerlo. Te separará de tus instintos, verás al mundo tal cual es, por que sus olas llegarán una a una a tus pies. Día por día, y por algún tiempo te resistirás a creer la verdad. Pugnarás por mantenerte dentro del círculo de flores en que hoy giras y dirás, al persistir en tu reincidencia: “Pero, Dios mío, ¿es esto verdad?”.
Eres muy joven aún, por eso tienes esos dos sueños: tu amada dándote el Sí delante de un sacerdote y llegar a ser periodista. Dos sueños que te parecen tan hermosos el uno como el otro, y que merecen los dos mucho tiempo de meditación, amigo mío.
No te acerques al periodismo, que no da más que amarguras en el corazón, desencantos en el alma, arrugas prematuras en el rostro, y prematuros cabellos blancos sobre la frente. Los trabajos de la inteligencia no te han de proporcionar la adquisición de una ni aún modesta fortuna a que mañana, en la vejez, puedas volver tus ojos, con la que puedas darte una esposa sin hacerla pasar tristes necesidades, con que también puedas educar a tus hijos, esos pedazos del alma que todo hombre aspira a tener un día, y para los cuales sueñas con la adquisición de una fortuna, o con lo necesario, al menos para darles una buena educación, que es la fortuna mejor.
¿Tienes talento? ¿Tienes actividad? ¿Tienes juventud? ¿Tienes noble y digna ambición? Pues bien: consagra eso a otra cosa que no sea el periodismo. Toma el cultivo de las letras como recreo, no como profesión. Ten juicio para elegir, ahora que eres joven aún. Detente, por Dios, detente…
En vez de periodista, hazte comerciante y acertarás. Has nacido en el siglo en que el oro es lo que solo vale, lo que vale sobre todas las cosas: ¡triste verdad! Tú no tienes oro: trata de adquirirlo honrosamente, sí, pero lo más pronto posible, y para eso ¿qué carrera mejor que la del comercio? Tú eres calculista, tú eres reflexivo a la vez que arrojadamente emprendedor, tú eres tenaz en tus resoluciones, tú amas el trabajo, tú tienes una cabeza privilegiada y una salud de bronce. Tú tienes todas las cualidades necesarias para ser un buen comerciante y para hacerte rico en un corto número de años: ¿por qué quieres con tanta ansiedad despreciar todas esas ventajas, todas es bendiciones con que Dios te ha enriquecido? ¿Por qué aspirar al periodismo, con sus guantes blancos, sus cabellos perfumados, sus sonrisas estereotipadas, sus convites para todas partes, sus relumbrones incesantes? ¿Por qué señor en una atmosfera de mentidos halagos, de flores engañosas, de festines, de bailes, de noches esplendidas, de paseos, de agasajos, de correrías en el fondo de las cuales solo hay la triste verdad de las necesidades, de los apuros, de las miserias, de las deudas?
¡Cuán diferente es lo que al comerciante activo, inteligente, honrado y prudente viene a sucederle! Comienza acaso con poco capital, tal vez con ninguno, pero a fuerza de trabajo, de cálculo juicioso, de actividad y de economía, salva los primeros amargos años de todo empezar y comienza a levantarse, empieza a crearse una fortuna que jamás desatiende y que va en creces intensamente. No descansa. No respira. Y entre la agitación de sus negocios que prosperan, se desliza frecuentemente una imagen color de rosa, una sueva idea de otra felicidad en el porvenir, la figura espiritual de una mujer amada o a quien ha de amar, a la que podrá llamar su esposa en un término dado, la fiel compañera idolatrada de su vida, cuando tenga con que atender a sus necesidades y aún a su regalo.
Y ese tiempo soñado por el comerciante activo e inteligente en medio de sus negocios, ese tiempo llega más o menos pronto, pero llega, al fin, en tanto que para el periodista no llega jamás. Entonces se descorre la cortina que ocultaba la felicidad doméstica y viene está a su vez, con todas sus seducciones inacabables. Entonces recogen el trabajo y la honradez su verdadera recompensa. Entonces sonríe Dios a la criatura para premiar sus esfuerzos, sus trabajos, sus amarguras anteriores. Entonces bendice el hombre venturoso que se ve rodeado de los suyos, de los que solo de él dependen, aquellos años anteriores tan bien empleados, tan hermosos hoy al contemplarlos a través de la felicidad que ellos han traído.
¡Tiemblas ante el periodismo, joven! No te hagas periodista.
Tiende la vista en derredor tuyo: te hayas en La Habana, la ciudad comercial por excelencia: mira esa multitud laboriosa, honrada, activísima que se agita incesantemente, siempre alegre, siempre satisfecha, en los muelles, en las plazas, en las calles, en todas partes. Comerciantes son, más o menos jóvenes, los unos que empiezan, los otros que acaban ya: aquellos con un porvenir casi seguro, estos con un presente opulento y un porvenir descansado, para conseguir el cual, les ha bastado consumir diez o veinte años de su vida en los trabajos, en los negocios. ¿Y qué son diez o veinte años empleados de manera que vengan a dar por resultado una fortuna envidiable, una felicidad envidiable y un descanso apetecidos?
Joven: que los oropeles no te seduzcan, que la verdad se abra camino hasta tu inteligencia, que penetre hasta ti la voz de la razón, que logres colocarte por un momento al nivel del siglo en que, por tu dicha o por tu desgracia has visto la primera luz del día.
Joven: el comercio es hoy en el mundo la gran carrera.
Joven: ¡renuncia tus pobres sueños y desecha esa idea que hoy te halaga tanto de llegar un día a ser periodista!!!!
Pascual Riesgo.
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