EL ORIENTAL
PERIODICO LITERARIO, MERCANTIL, ECONOMICO Y DE NOTICIAS
HOLGUIN 23 de enero de 1863
Año 1. No. 54
“Generalícese la educación y se desterrará el mal.
“Los gobiernos legítimos y las instituciones buenas no tienen más que un enemigo: la ignorancia”.
Esto decíamos al terminar nuestro artículo primero y esto repetimos al comenzar el segundo.
Nosotros entendemos por mal la perturbación del orden de la naturaleza, llamado mal físico a la perturbación del orden físico, mal moral a la perturbación del orden moral, y mirando como causa principal de nuestros males físicos y morales el abuso que frecuentemente hacemos de nuestra libertad. Ahora bien, todo abuso supone la infracción de un deber, y esta infracción nace casi siempre de la ignorancia, puesto que es imposible llenar deberes cuya belleza y necesidad se desconoce.
Por otra parte, la ignorancia es la perpetua niñez intelectual, moral y civil del hombre; estado vergonzoso que pregona la perfectibilidad del cuerpo y la inercia del espíritu. Y como que lo que sucede a cada uno de los individuos acontece a la colección, sentamos por consecuencia que la ignorancia misma es un gran mal, el mayor de los males, porque encadena el progreso y aleja a la humanidad de la perfección que anuncian en ellas las mejoras que viene alcanzando desde los primeros años de su existencia.
Justo nos parece consignar aquí nuestras ideas acerca de esa perfección a que hemos aludido siempre que nos hemos ocupado de educación y lo hacemos con placer, porque con ello creemos servir a la educación misma.
El perfecto conocimiento de la naturaleza es para nosotros la ciencia universal, y creemos que el hombre puede alcanzarlo, porque no dudamos que el entendimiento humano sea ilimitado en si objeto, y hasta creemos que no conoce más barreras que los misterios de Dios, por cuanto el ser finito no puede comprender al ser infinito. Acaso se nos dirá que la naturaleza ofrece (deteriorada) arcanos para el hombre, y nosotros lo concedemos, pero no vemos imposibilidad alguna de que esos arcanos dejen de serlo algún día.
En otra ocasión hemos dicho que creemos que el hombre primitivo, Adán, tenía ese perfecto conocimiento de la naturaleza y fundamos esa creencia así en la consideración de que sin ese conocimiento no hubiera sido posible el dominio que sobre la creación le concedió el Creador, como en el sentir de muchos padres de la iglesia, que enseñan que “El entendimiento del primer hombre estaba lleno de luz, conocía toda la naturaleza y se recreaba en contemplarla y adorar al autor de tantas maravillas”.
Y de las razones sentadas en los dos párrafos precedentes deducimos, sin esfuerzo, la perfectibilidad intelectual, moral, civil y material de la humanidad, siendo tan profunda nuestra fe en esa perfectibilidad que solo a la humanidad admiramos en los grandes bienhechores de la humanidad, creyéndolos meros representantes de la inmensa aptitud que tiene ella para el bien.
Instruirse es, pues, el primer deber del individuo para consigo mismo; instruir es el primer deber del padre para con sus hijos; instruir es el primer deber del gobierno para con sus gobernados, porque no hay más que un agente capaz de disipar los males sociales: LA LUZ.
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