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jueves, 30 de marzo de 2023

La educación (II)

 

EL ORIENTAL

PERIODICO LITERARIO, MERCANTIL, ECONOMICO Y DE NOTICIAS
HOLGUIN 23 de enero de 1863
Año 1. No. 54



La instrucción hace al hombre docto, la educación le hace hombre de bien.

Convencido de que la base fundamental de la felicidad temporal y espiritual consiste en las buenas costumbres e instrucción, arraigadas en los tiernos corazones desde la temprana edad, muéveme esto a emitir algunos conceptos emanados de la más sana intención, inducido nada más que del singular aprecio y cariño a que es acreedora la inocente puerilidad.

Antes de que entremos en materia conviene distinguir lo que es educación e instrucción, porque ambas cosas, aunque diferentes entre sí, suelen confundirse a primer momento, siendo así que la educación se refiere al desarrollo de las facultades intelectuales o únicamente a la práctica de los buenos usos sociales y que en su significación parece abrazar más que dicha instrucción, puesto que esta no es más que el cultivo y enriquecimiento de nuestro entendimiento, o un conjunto de conocimientos adquiridos por estudio.

Sentados esos principios pasemos a investigar cuáles deben ser los mejores medios para que la educación de la niñez sea provechosa. Entre otras muchas cosas han de aunarse muy singularmente buenas predisposiciones tanto por el padre o tutor que pone en la escuela a sus hijos, como del director a quien se confían tesoros los más valiosos del corazón; correspondiendo este con su arte de enseñar, que es el mejor método, el explicativo, para conseguir el saludable fruto de sus asiduas tareas, que ningún mérito tendrían si a quienes interesa más que a ningún otro, desatendiesen tan sagrada obligación; sí, repito, en vano sería la sabia dirección de aquel preceptor por grandes que fuesen sus conocimientos, si no es secundado en su propósito; no sea que la causa del entorpecimiento del educando en su instrucción se esconda en la lúgubre noche de la ignorancia. No todas ocasiones podrán formar los profesores hombres instruidos; pero sí bien educados, a  no ser algún fenómeno de fatal inclinación, o si no oigamos, para conformidad, lo que dice el célebre y virtuoso Médico español D. Juan Huerta en su obra titulada “Examen de ingenios”: “No tienen otro oficio los maestros a los que tengo entendido, más que apuntarle la doctrina, porque si tienen fecundo ingenio, con solo esto les haces parir admirables conceptos, y si no, atormentan así a los que enseñan y jamás salen con lo que pretenden”.

La instrucción trata efectivamente de enriquecer nuestras facultades mentales por medio del estudio de las artes y ciencias dirigidas por entendidos y hábiles profesores, imbuyendo al discípulo según el talento o ingenio de que está dotado; y si como sucede no tiene la aptitud suficiente, debe valerse el instructor de las ideas más luminosas y vívidas para interpretar metódicamente la enseñanza a que sea más o menos susceptible. Esta es, sin duda, la parte más importante y delicada del magisterio según acierto a comprender, apartando las simples teorías, que llegan a desvanecerse en la práctica de este difícil asunto.

Otro objeto y uno de los principales para la enseñanza, consiste también en el edificio o local donde se imparte la educación, con el personal que haya de permitir el número de alumnos que se eduquen en él, porque el no estar ministrados como corresponde, es uno de los inconvenientes al progreso de la educación e instrucción. Tampoco parece asequible que un Director con un mezquino sueldo sea capaz de sostener el decoro que piden semejantes establecimientos, porque un Colegio necesita precisamente de profesores, si el número de sus educandos pasa de más de 40, que naturalmente forman diferentes secciones, que son otras tantas clases. Un Colegio o Escuela con dicho número de discípulos debe tener sus criados para la decencia e higiene de estas casas modelos de urbanidad y pulcritud; ¿y si sus elementos son precarios y mezquinos, donde está la institución?...

Bien conocidas son estas y muchas razones; pero antes de terminar este bosquejo, permítaseme esta pregunta: ¿cómo queremos tener celosos e inteligentes profesores si se les considera como a unos tristes mercenarios, imputándosele muchas veces las faltas de los alumnos que proceden de su desaplicación o malicia, y que algunos padres, por su mal entendido amor, han dejado de corregir?... No es esto justificar a los profesores, es también hacer escrupuloso cargo a quienes corresponda.

Desengáñense, por más que la carrera del maestro primario carezca de brillo, por más que sus cuidados y días deban las más veces consumirse en el recinto de un pueblo, sus trabajos interesan a la sociedad entera; y su profesión participa de la importancia de las funciones públicas.

Muy lejos estoy de atribuir a nadie, ni menos a las personas sensatas, que gozando de buen criterio y patrióticos sentimientos, dejen de acoger estas humildes advertencias, sin embargo la materia de educación presenta vasto campo, si se quiere principiando desde la lactancia hasta la edad de reflexión y aún mucho más allá en las diversas clases de la sociedad.

                                                                         Teodoro.

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