Un público
numeroso asistió al circo mexicano la noche del sábado[1]
con motivo de la función que se había anunciado en el mismo. Era natural creer
que en vista del bombo con que se había anunciado el espectáculo resultaría en
extremo sorprendente. Pero no resultó así. El público comenzó a impacientarse
al ver que la función estaba anunciada para las ocho en punto y ya eran las
nueve, por lo que pidió a la
Policía que hiciera cumplir lo que acerca de este particular
se dispone por las Ordenanzas Municipales. Entonces dio principio al
espectáculo que fue un infumable volteo que mereció la crítica. El público,
impaciente, sufría sin decir una palabra. Vino uno de los payasos y el público
lo escuchó en silencio; más, al repetirse la escena ya no era posible aguantar
más y la calma se convirtió en malestar y comenzaron las atronadoras silbas,
las voces de ¡fuera, fuera…! ¡Eso no sirve! ¡Que se vayan! ¡Que devuelvan el
dinero! Los payasos se retiraron sin que pudieran terminar su número. Tampoco
pudieron hacer acto de presencia la pareja de negritos ante la ira del público
que se sentía víctima del engaño.
La gran
colección de fieras que anunciaba en pomposos anuncios el mal llamado “gran
circo” se redujo a cuatro monos, un oso y un perro sato que no tenían nada de
particular, pues lejos de entretener a los concurrentes les obligaron a
retirarse del local, cansados y aburridos, murmurando que habían tirado el
dinero.
A la hora
en que escribimos estas líneas no se sabe si el empresario del “Circo Mexicano”
tiene proyectado repetir sus cansados espectáculos; pero según se dice, se
proyecta pedir a las autoridades que no le permita dar más funciones, lo que a
nuestro juicio sería lo más acertado pues con ello se abriría el camino para
que nos siguieran explotando compañías que como esta solo tienen de buenos los
pomposos anuncios que reparten.
El Eco de Holguín. Miércoles, 19.03.1902
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