No hemos
llegado al pleno período de anarquismo, pero estamos ya en el camino y, al
parecer, muy pronto llegaremos.
No hace
muchos días asesinaron a un agente de la autoridad, sin que el autor o autores
de aquel hecho escandaloso aprovechara la oscuridad de la noche ni la soledad
de las selvas, no, todo ha ocurrido a las puertas de la ciudad cuando los rayos
del sol iluminaban el lugar donde la víctima exhaló el postrimer suspiro.
Han
transcurrido algunos días. Dos guardias municipales se encuentran encarcelados
por que se les acusa de ser los autores del crimen. Pero su apresamiento no ha
sido suficiente para que renazca la tranquilidad, sino que cada madre, callada
esposa que ve salir a la calle a uno de sus seres queridos, duda, teme, y a su
mente se acercan tantos, tantísimos pensamientos que la mortifican, ¿Todo por
qué? Porque en este pueblo faltan garantías y esas garantías no pueden
ofrecérselas los que quieren, sino tienen que dárselas los que pueden: el que
está en el deber de garantir (Sic) la vida de los ciudadanos.
Los
Guardias a que nos hemos referido están en la Cárcel, pero no sabemos si fueron ellos los
autores de la muerte del joven Núñez. Los Tribunales de Justicia, cumpliendo su
alta misión, lo aclararán. Mientras tanto la intranquilidad cunde todo el
vecindario. Esa es una triste realidad.
Y por si
todo cuando dejamos anotado no basta para probar la falta de seguridad
personal, ¿qué diremos del suceso de la noche del sábado en que, según se dice,
el Jefe de la Policía Municipal
fue agredido por dos hombres en la calle Aguilera, viéndose aquel obligado a
hacer varios disparos que convirtieran la ciudad en campo de batalla?
Todo esto
es la triste realidad: ¡La policía en la Cárcel! ¡La policía asaltada! Una de nuestras muchas
desventuras.
Pero aún es
poco lo que hemos dicho y tenemos que decir más: los vecinos de las cercanías
del Hospital Civil viven en constante alarma debido a que un demente del
referido establecimiento recorre toda la barriada cuando lo tiene por conveniente,
vestido con el traje de nuestro padre Adán, atropellando cuanto encuentra a su
paso.
El Eco de Holguín. 29.08.1900
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